Beata Lucía de Narni

Beata Lucía de Narni

(1476-1544)

Lucía nació en Narni el 13 de diciembre de 1476. Fue la primera de los once hijos de Bartolomeo Broccadelli, tesorero del municipio de Narni en Umbría, y su esposa Gentilina Cassio. Su padre murió cuando ella era joven, momento en el que quedó al cuidado de su tío. Ya de niña decidió dedicar su vida a Dios, planeando convertirse en monja dominica, pero su tío pretendía casarla. Incluso la obligó comprometerse. Hay una leyenda que dice que, durante los esponsales, Lucía, de 14 años, tiró el anillo al suelo, abofeteó al pretendiente y huyó de la habitación. Sólo después de una visión de la Virgen y de Santo Domingo, quienes le indicaron que se casara con el conde Pietro di Alessio, se casó con él en 1491. Vivieron en un matrimonio blanco. Lucía se involucró en la ayuda a los pobres, evangelizó a sus sirvientes y emprendió muchas oraciones y mortificaciones. Al principio, el conde lo aceptó con indulgencia, pero cuando le informaron de que su mujer veía con frecuencia a cierto hombre que se parecía al hombre del crucifijo ante el que rezaba Lucía, Pietro se preocupó. A principios de 1494, Lucía se dirigió al monasterio franciscano, que resultó estar cerrado. A su regreso, dijo que la habían acompañado dos santos. Entonces Pietro la encerró en casa y ella sólo pudo ponerse en contacto con algunos sirvientes. El 8 de mayo de 1494 logró escapar. Regresó a casa de su madre, pero al poco tiempo vistió el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo, convirtiéndose en terciaria dominica. Pietro la instó a volver y quemó el convento, cuyo prior le había entregado el hábito.

En 1495 Lucía viajó a Roma, desde donde fue enviada a Viterbo, donde debía fundar un nuevo convento. Llevó a cabo su tarea. Allí, el 25 de febrero de 1496, recibió los estigmas; además, cada miércoles y viernes sentía físicamente la pasión de Cristo a través de la misma pérdida de sangre. Esto ni siquiera podía ocultarse. El obispo local fue informado de esto y encargó al tribunal de la Inquisición la investigación del caso. El tribunal remitió el caso al propio Papa, quien debía hablar con ella y, con el poder de su autoridad, reconocer sus estigmas y visiones místicas, diciéndole: “Vete a casa y reza por mí”. Fue entonces cuando su marido solicitó por última vez su regreso. Cuando ella se negó, Pietro también eligió el camino religioso y se hizo franciscano.

La noticia de sus estigmas se difundió muy rápidamente. Algunos querían utilizarla para sus propósitos particulares. Así que el duque de Ferrara y Módena, Hércules I de Este, decidió llevársela. Para ello, fundó un monasterio para ella en Ferrara. Su partida de Viterbo encontró con muchos obstáculos, ya que las autoridades y los habitantes de esa ciudad también querían tenerla con ellos. Al final, Lucía consiguió salir de la ciudad en una cesta a lomos de una mula. Se instaló en Ferrara el 2 de febrero de 1502. Se convirtió en superiora del convento recién fundado. El duque tuvo la visión de crear un gran convento para cien monjas. El duque contó con la ayuda de la esposa de su hijo Alfonso, Lucrecia Borgio, para reclutar candidatas para el convento. Resultó que en el convento había muchas mujeres que no eran aptas para la vida religiosa. Rápidamente fue despedida del cargo de priora. Su lugar fue ocupado por la monja dominica María de Parma, que deseaba incorporar a toda la congregación a la llamada Segunda Orden. Tras la muerte del duque Hércules en 1505, Lucía se vio privada de su protección. Se la acusó entonces de actuar contra la Iglesia y se le impusieron severas penas. Se le prohibió reunirse con la gente, excepto con su propio confesor, designado por su priora. Lucía rezó entonces para que sus estigmas desaparecieran y así fue. Su detención duró hasta el cambio de priora en 1541. Durante 36 años vivió aislada, soportándolo sin quejarse, incluso cuando estaba enferma y nadie la ayudaba. Murió el 15 de noviembre de 1544. Inmediatamente fue rodeada de veneración por el pueblo de Ferrara. Al cabo de cuatro años, su ataúd fue abierto y se descubrió que su cuerpo no se había descompuesto. El 1 de marzo de 1710, el Papa Clemente XI reconoció su culto y la declaró beata.

En la iconografía, la beata Lucía de Narni aparece vestida de dominica, con estigmas en la mano y un lirio – símbolo de castidad – o con el Niño Jesús, a quien se dice que sostenía en brazos durante sus visiones místicas. Sin embargo, en el caso de la imagen incluida en la decoración del claustro del Convento de Santo Domingo de Lima, tiene – equivocadamente, por cierto – los ojos puestos en una bandeja y un libro. Parece que el azulejo con estos elementos debe estar en la representación de Santa Margarita de Castello, que era ciega de nacimiento; sin embargo, también es posible que en la representación de la beata Lucía de Narni fue utilizado erróneamente un atributo de otra Santa con ese nombre, a saber, Santa Lucía de Siracusa (ca. 281–304), que en la iconografía aparece con los ojos sobre una bandeja.

Bibliografia:

  • Samaritani A., Presenza di Giovanni Bono e dei suoi eremiti (prima metà del sec. XIII) e ricordi di Lucia da Narni in Osanna Andreasi (fine sec. XVinizio XVI) tra Mantova e Ferrara, „Analecta Pomposiana”, 33 (2008), p. 53–75.
  • Zarri G., La scrittura mistica e un testo controverso. L’auto biografia di Lucia da Narni, [en:] Donne e scrittura dal XII al XVI secolo, a cura di M. Fumagalli Beonio Brocchieri, R. Frigeni, Bergamo 2009 (Quod libet, 17), p. 163–182. 
  • Una mistica contestata. La Vita di Lucia da Narni (14761544) tra agiografia e autobiografia. Con l 'edizione del testo, a cura di E.A. Matter, G. Zarii, Roma 2011.