San Martín de Porrès

Nueve años después de unirse a la Orden, Martin obtuvo permiso para hacer votos, pero sin derecho a ser ordenado. Luego se entregó plenamente al servicio de los pobres y marginados. Fundó un orfanato, un hospital para niños y se desempeñó como limosnero y jardinero en el Convento de Santo Domingo en Lima. Con afán realizaba obras de misericordia e intercedía por todas las personas. Luchó contra la exclusión por origen, color de piel o condición social. Estaba especialmente preocupado por los esclavos negros. Sirvió hasta su muerte el 3 de noviembre de 1634.

Al cabo de veinticinco años, se exhumó su cuerpo, que no presentaba signos de descomposición y, además, desprendía un hermoso olor. El Papa Gregorio XVI lo beatificó en 1837 y Juan XXIII lo proclamó santo en 1962. La memoria de San Martín de Porres en la Iglesia Católica se celebra el 3 de noviembre, aniversario de su nacimiento al cielo. Este santo dominico limeño es el patrón de la justicia social, de la educación pública peruana, de la televisión pública peruana, de la salud pública y de los mestizos. En 2019, fue el patrón de la Jornada Mundial de la Juventud en Panamá.

En la iconografía, San Martín de Porres es representado como un dominico negro con hábito de fraile converso (túnica blanca y escapulario negro con capucha). En esta representación del Convento de Santo Domingo en Lima, aparece con el hábito y el escapulario blanco que llevan los sacerdotes. Le acompañan diversos atributos. El perro se refiere a la situación en la que fraile Martín, con un toque, curó a un perro apuñalado con una espada. Hay más atributos animales. Atestiguan que el santo cuidaba especialmente de los animales como criaturas de Dios. Pactaba con los ratones que les daría de comer pan para que no hicieran daño mordiendo la ropa de los enfermos en la enfermería. Recogía perros y gatos enfermos de las calles de Lima, a los que trataba y cuidaba. Cuando el prior ordenó sacar a los animales del monasterio, el fraile Martin los trasladó a casa de su hermana y cuidó de ellos allí. El atributo de la escoba, por su parte, alude al servicio que este monje prestaba en el Convento antes de tomar los votos monásticos: limpiar el monasterio y realizar diversos servicios humildes. El crucifijo habla de su amor por Cristo Crucificado, cuyas llagas besaba durante los éxtasis. El látigo, por otra parte, atestigua su frecuente devoción a la práctica de la flagelación para mortificar y humillar su cuerpo. Por último, el rosario que sostiene en la mano indica la especial devoción del santo a la Madre de Dios. Según la costumbre dominicana, rezaba el rosario todos los días. Y como a menudo se le aparecían ángeles, le acompañaban en el rezo del Oficio o del Pequeño Oficio de la Inmaculada Concepción antes de la oración de la mañana en el dormitorio, así como en la oración durante sus paseos por el monasterio, llevando a menudo antorchas delante de él.